El hada guerrera no tenía miedo a nada. Sin embargo, aquella sala, cuyas columnas altas de un color azul frío eran un engaño por el calor sofocante que irradiaban, siempre infundía en ella el temor que siente la niña pequeña al enfrentar a su severo padre para pedirle algo prohibido. Al fondo, sobre su trono extendido, se hallaba Sulfur, el dragón dorado de púas sangrantes, gobernante de la comarca de Ur, cuyo rostro expresaba un gran enojo y preocupación. Aquella mirada severa, concentrada en un punto de la pared, era señal inequívoca de que había sido una imprudencia llegar a interrumpirlo, más por el motivo que empujaba al hada a venir.
Silfrin, el consejero, aleteó levemente para elevarse desde su descanso a la par del monarca, y le susurró algo al oído. El rostro de Sulfur cambió, miró hacia el centro del salón mientras una enorme sonrisa afloraba en su boca llena de filosos dientes. Era un rostro lleno de felicidad.
—¡Iridis! ¡No sabes cuánto me alegra verte, hija mía! ¿Por qué no viniste inmediatamente luego de la batalla? Supe que fuiste quien nos guió a la victoria, y no sabes cuánto te lo agradezco.
—¡Mi señor Sulfur! No quería interrumpirlo, señor, sé que la guerra requiere de toda su concentración y, en realidad, esta batalla no ha sido de las más críticas.
—¡Te equivocas! En esta batalla obtuvimos mucha información valiosa sobre los Petros. Perdimos a muchos guerreros valientes… —el rostro del dragón se puso algo triste— y, supe que casi te perdemos a ti.
—Pero no fue así. Como usted sabrá, un humano, Erden, me salvó, incluso poniendo su propia vida en peligro. Y, de hecho, es por esa razón que he venido a verlo, gran señor.
El rostro de Sulfur ahora estaba serio, preocupado.
—¿Dónde estuviste, niña?
—¡Le pido perdón, gran señor! Me fui al oráculo de Uros…
—¡Y preguntaste por el humano! —la mirada era ahora de desaprobación, el hada había desobedecido la orden de no visitar al oráculo.
—¡Tenía que hacerlo! Él salvó mi vida. El oráculo me dijo que sería atacado y… tengo que ir a salvarlo, ¡si no lo matarán!
—¡Ay, mi niña! No puedo creerlo… ¿Te dijo el oráculo quienes lo atacarán, cuándo o dónde?
—No, pero me dijo donde encontrarlo dentro de dos días. Si salgo ahora, podré alcanzarlo y avisarle, o incluso podría luchar a su lado para vencer a esos asesinos.
—Y quieres pedirme permiso para ir, ¿cierto? Antes venías a verme para hablar de tus aventuras y batallas, ahora vienes por cosas del corazón…
—¿Corazón? No entiendo…
—¡Estás enamorada! ¿No te has dado cuenta? ¿O es que quieres engañarme?
—¡Oh, no, mi señor! Jamás intentaría engañarlo. Es cierto que siento algo cuando me acuerdo, pero creo que es gratitud, realmente creía que moriría frente a ese minotauro bestial, yo…
—¡Yo nada! Estás enamorada y eso te lleva a pensar en él, a desobedecerme por él, y a pensar ir a dar tu vida por él.
—¡Lo siento! Realmente no ha sido mi intención…
—No te preocupes, el amor no te nace intencionalmente. No necesitas ser dragón para saberlo.
Hubo un silencio un tanto incómodo. El dragón no dijo nada, mirando al piso, y el hada temía solicitar de nuevo el permiso, ahora que él estaba enfadado con ella. De pronto, Sulfur lanzó un bufido, miró a Silfrin, y luego al hada, que estaba a punto de llorar.
—¡Una guerrera no llora! Puedes ir a buscar a tu Erden, pero imagino que ya te diste cuenta que falta mucho para que nuestro portal se abra de nuevo. Si quieres ir a la dimensión terrestre, deberás usar otro.
Iridis estuvo a punto de saltar de alegría, su rostro tenía una sonrisa delatora, que se desvaneció de pronto al ver la seriedad en la mirada del dragón.
—Lo siento, pero eso también tiene sus consecuencias. Ya no serás guerrera de nuestro ejército. El amor y las batallas no se llevan bien, pelearás pensando en tu amado y eso ablandará tus habilidades, serás presa fácil, poniendo en peligro tu vida y la de tus compañeras. Por tanto, te expulso del ejército de hadas: ¡ya no eres más comandante de nuestras huestes!
El corazón de Iridis latía dolorosamente. Las batallas eran su universo, aquello era como matarla sin quitarle la vida, condenándola al sufrimiento. Las lágrimas cayeron al piso azul, donde se evaporaron de inmediato por el calor. Algo en su espalda activó un impulso eléctrico que recorrió toda su espina, levantó su mirada y dijo con una determinación nunca antes mostrada frente al sabio dragón.
—Con todo respeto, señor, el amor no es siempre un estorbo para la guerrera. Ahora mismo, el amor me motiva a ir a dar mi vida por alguien más, y soy capaz de enfrentar a un ejército de minotauros bestiales. Si debo sacrificar mi puesto, que vale más que mi vida, lo haré, porque dar mi vida es mi propia elección.
El dragón abrió su boca, asombrado por la sapiencia en aquellas palabras. Luego de un instante, sonrió gustoso, satisfecho.
—Eres la mejor guerrera que haya nunca conocido. Ve, hija mía, sé feliz defendiendo lo que quieres. El portal que se encuentra abierto a la dimensión terrestre es el de la comarca del unicornio Skaperen. Ten mucho cuidado, los unicornios no son de fiar.
Iridis hizo una reverencia, sonrió y agradeció profundamente a su mentor. Por un instante, quiso abrazarlo para despedirse, pero no lo hizo, se dio vuelta y caminó hacia la salida, para nunca más ver a gran Sulfur.
Durante algunos minutos, la sala permaneció en silencio. El dragón se veía triste. Silfrin dudó, pero era su deber preguntar, así que aleteó y se puso al frente del gran dragón, que lo miró con los ojos llorosos.
—Mi señor, creo que entiendo por qué no le dijo que Erden era un traidor y que somos nosotros quienes mandamos a las sombras siniestras a matarlo. ¿No era mejor castigarla y no dejarla ir? Ella es muy poderosa, y aunque las sombras son casi que infalibles, cabe la remota posibilidad de que ella las detenga. Es más, las sombras tienen órdenes de matar a Erden y a todo el que se interponga. ¡Iridis puede morir!
El dragón seguía en silencio. Miró al techo, y contestó con una voz grave y lacónica.
—Ella se hubiera escapado de todas maneras. Ella se ha marchado agradecida, me quiere tanto como yo la quiero, eso lo sé. Puede morir ante las sombras, pero eso es poco probable. Si ella las vence y se queda con ese humano, fugitiva y desterrada, puede que él confíe en ella y ella descubra su traición. Si lo hace, estoy seguro que ella misma lo matará. Lo que me duele es que eso le destrozará su corazón, y el solo pensar en eso, se me destroza el mío.
Silfrin nunca pensó vivir para presenciar eso, ni pensó que algo pudiera conmoverlo alguna vez. Sin embargo, ahí estaba, compungido, viendo llorar a un dragón.
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