Wednesday, August 22, 2012

Sobre memorias, berrinches y marchas pro-fotocopias.

Veo las noticias sobre decenas de estudiantes marchando para proteger su derecho al estudio, reducido al derecho de fotocopiar libros de texto. Tengo mis sentimientos muy encontrados.

Tengo mis razones para creer que la marcha no fue para liberar la educación universal de una amenaza por los mercantilistas editores. Eso es una falacia comprobada. Había una ley que ya permitía la fotocopia de libros de texto de difícil adquisición, pero no estaba clara. Luego aprobaron otra que aclara que las fotocopiadoras no tendrán problema en reproducir libros para el estudio, solo que de manera sospechosa,  también se eliminaron las penas de cárcel para la actividad en general, contra cualquier otra copia, incluyendo las de obras de artes, películas, software … Esto permitiría que las mafias que tienen esclavizados a todos los vendedores ambulantes (porque sus deudas son una nueva esclavitud) de copias piratas de dvds, música y otras obras, sigan trabajando sin pena de cárcel. Lo que se discute ahora es si esas penas se restablecen y está más que clarísimo que no aplican a fotocopiadores ni a obras para educación.

La marcha se dice es en pro de la universalidad de la educación. Pero la marcha es más para reclamar que no se reinserten esas penas en la ley. Los estudiantes están siendo engañados, está muy claro. Reclaman algo que no les afecta. Piden que pase la ley ahora como está, protegiendo a las mafias. Hasta yo que soy medio tonto me doy cuenta de eso, entonces me huele muy mal que los dirigentes de dicho grupo estudiantil se cierren a verlo, y que digan que no tienen acceso a la educación si no hay fotocopias indiscriminadas. Eso me da chicha porque sé que no es así…

Recuerdo cuando estaba en la escuela El Carmen, allá en Puntarenas. La biblioteca de la escuela tenía libros bonitos, pero pocos, que consumí rápido. Me memoria me trae “Mujercitas” y por cierto estaba también "Hombrecitos" ahí. Recuerdo luego la nueva biblioteca que hicieron al frente y recuerdo que iba todas las tardes a leer Marcos Ramírez. Recuerdo que a mi abuela le regalaban libros y era un tesoro. Recuerdo la pequeña biblioteca de mi papá, con enciclopedias, donde aprendí sobre trenes y a realizar trucos de magia.

Luego llegué al colegio, donde pasaba metido en la biblioteca leyendo sobre biología, La tierra y sus recursos, y todos los libros de matemática de Castellón y Profesores Universitarios (que igual que fotocopias empastadas, pegadas con goma y grapas).

Llegué a la U y ahí sacaba los libros para leer en la noche: Cien años de soledad, las Uvas de la Ira, Desde el Jardín. Había otros que no podía sacar, y me quedaba la tarde entera haciendo apuntes sobre libros de Noam Chomsky y enciclopedias de música y las publicaciones seriadas de la IEEE y la ACM. En cómputo no teníamos facilidades y teníamos que sacar copias de libros que no se conseguían ni en la biblioteca. Algunos, luego de graduado, los compré. Recuerdo, eso sí, tener que sacar copias a las partituras, porque definitivamente no se conseguía. Aunque por ahí tengo algunas partituras compradas, incluyendo la ópera Die Zauberflöte (Mozart K. 620).

Ahora en la maestría, cuando un profe saca copias, arrugo la cara. Muchas veces son ilegibles, mal encuadernadas. Se salvan los artículos. Cierto, algunos de los libros cuestan $60-$70. Por dicha, algunos de esos libros están disponibles en versión digital e incluso se pueden alquilar por la duración del curso por unos $10-15. En el curso que yo imparto, tengo presentaciones que resumen los libros e incluso uso mis propios artículos como texto, todo digital, por lo que el costo del estudiante es cero. Y creo que no por eso dejaron de aprender.

Es por eso que siento que todo esto de la marcha y los pleitos no son mas que un extremismo o una jugarreta. No ocupé millones de dólares para ser el profesional que ahora soy, con mucho orgullo. Tampoco soy un millonario y cuento los cincos para llegar a fin de mes, pero tengo mi biblioteca. Todo el software que uso es comprado, toda la música que escucho, los DVDs que tengo originales. Los pocos cuadros que tengo los compré a artesanos por menos de lo que vale un par de combos en un restaurante rápido. Nunca sentí que me negaban la educación, aunque quise que fuera más sencillo. Sin embargo, no cambio esas tardes de lectura en el salón de biblioteca, con el olor a libros y el silencio que hacen las fantasías y el conocimiento cuando revolotean alrededor de varias cabezas bajas, concentradas en la lectura.

Por eso propongo dejarse de tonteras y estupideces. De leyes populachas y rasgado de vestiduras. Las universidades en lugar de apoyar marchas en la calle, deberían hacer un inventario de los libros que se requieren y conseguirlos con convenios, adquiriéndolos en masa con descuentos de las casa editoriales, poniéndolos en las bibliotecas, fomentando el uso del libro digital, fomentando la creación de libros de texto por sus mismos profesionales (¡yo hice ya uno!) y, finalmente, los que realmente no se consigan, autorizarlos en listas oficiales para que las fotocopiadoras los reproduzcan.

Fácil, ¿cierto? Entonces ¿Por qué no lo hacemos?

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